El porcentaje de agua de los alimentos puede variar entre el 1 % de una galleta y el 91 % de la leche, un amplio rango de que determina algunas de las cualidades que más apreciamos en la comida, como el frescor o la ligereza.
En general, el contenido en agua determina también el tiempo durante el que un alimento se mantiene apto para el consumo; cuanto mayor es su contenido en agua, antes pierde sus cualidades alimenticias. Esta mayor durabilidad de los alimentos secos es el fundamento de las primeras tecnologías alimentarias de la humanidad: la deshidratación. Pero el contenido en agua de un alimento facilita también su digestión, razón por la cual siempre debemos acompañar los alimentos secos con agua, que a veces añadimos directamente al cocinarlos –añadiendo agua a la harina para hacer pan o cociendo la pasta en agua-, o bien ingerimos de forma directa como agua fresca. Esto es lo que ocurre cuando los niños mojan las galletas en la leche, las rehidratan y facilitan su digestión, sin ser conscientes de ello.
El agua y la dieta
La comida nos aporta la materia y la energía para nuestro crecimiento y actividad, pero el agua, aunque no aporta ni una sola caloría, es el medio en el que se desarrolla toda la química digestiva y metabólica. Así, en ocasiones, la sensación de hambre que ciertas personas sienten después de las comidas, durante la digestión, puede ocultar la necesidad de agua; conviene entonces beber uno o dos vasos de agua y esperar diez o quince minutos a que la sensación de hambre haya pasado.
El contenido calórico de los alimentos es una combinación de su composición y, sobre todo, de su contenido en agua.
Cuanto mayor sea el contenido en agua, menor será el aporte calórico de los alimentos.