A lo largo del siglo XVIII, físicos como Isaac Newton, Daniel Gabriel Farenheit, Anders Celsius o René Antoine Reamur utilizaron salmueras, el cuerpo humano y, sobre todo el punto de cogelación y ebullición del agua para establecer escalas de temperatura. Hoy día, las más extendidas son la escala Farenheit, en los países anglosajones y la Celsius, en el resto del mundo.
La ubicuidad del agua favoreció su uso como patrón en las diferentes magnitudes físicas y químicas y así tenemos que:
El agua es la referencia de masas y volúmenes: 1 Kg es la masa de un volumen de agua de 1 litro, por lo que la densidad del agua es 1 g/cm3.
El agua es la referencia de energía: 1 caloría es la cantidad de energía calorífica necesaria para elevar un gramo de agua un grado centígrado.
El agua marca el equilibrio entre ácido y alcalino: un pH 7 es la medida de concentración de iones hidronio (H3O+) en agua pura, y la alcalinidad o acidez de una disolución se mide en relación a esta cantidad.
Transparente como el agua
Que algo sea claro como el agua es una conocida expresión popular, pero el agua también puede ser más o menos transparente. La transparencia en el agua depende de la cantidad y naturaleza de partículas disueltas, vivas o inertes, y su medida es una de enorme interés para determinar las características ecológicas de las aguas naturales.
Una simple medida de la transparencia repetida a lo largo del tiempo permite detectar procesos clave, como los crecimientos estacionales de plancton en ríos, mares o lagos. Si acompañamos esta medida con -por ejemplo- la temperatura del agua o las precipitaciones, podremos relacionar ambas variables y así modelizar el comportamiento del ecosistema con la ayuda de una hoja de cálculo.
Normalmente se utilizan dos métodos para medir la transparencia del agua: el disco Secchi y el tubo de turbiedad.