La nieve se forma por cristalización, un proceso que obedece a los mismos principios y mecanismos que la formación de un diamante, un granate o cualquier otro mineral cristalino.
Los cristales no están formados por moléculas aisladas, sino por un agregado de átomos que forma una malla tridimensional continua ordenada conforme a ciertas leyes de simetría. Así, los cristales de hielo siguen patrones de simetría hexagonales y creciendo conforme a esta simetría cada copo de nieve se construye como una gema única, delicada y efímera.
El tamaño y forma precisa de los cristales de nieve depende de las condiciones ambientales. Como cualquier otro mineral, la cristalización de un copo de nive supone un equilibrio entre el proceso de nucleación –mediante el cual se forma un agregado de moléculas de agua helada con un tamaño mínimo como para configurar un núcleo cristalino estable- y el de crecimiento, por el cual ese particular núcleo incorpora nuevas moléculas a su red para aumentar su tamaño. Si la solidificación del agua es muy rápida, los copos serán abundantes pero más pequeños, pero si es lenta, pocos núcleos tendrán tiempo para crecer y formar grandes copos de nieve.
La temperatura y el grado de humedad relativa son los factores ambientales que determinan la prevalencia de nucleación y crecimiento y las geometrías cerradas o arborescentes de los copos y cuando llega al suelo, las frágiles estructuras de cada copo de nieve detallan las características de las capas de aire atravesadas contando su propia historia de ascensos y descensos a través de las nubes.